Ya no creeremos ser merecedores de un
rédito
que nos pertenecía, por casta y linaje,
al defender, eternamente, un campo
Ya no abrazaremos nuestros hombros,
hermano,
en esa oda despreocupada,
resuelta y burlesca
que dedicamos a la moneda de latón que es
la derrota y la victoria.
Ya no, ya no
camuflaremos
nuestros golpes y heridas, ni nos calzaremos
entre risas
las botas melladas
para endurecer al segundo siguiente el
semblante
ante la arenga de ese barbudo cabezota
que aceptamos
y queríamos
capitán.
Ya no llegaremos con media hora de
cortesía a la concentración;
ellos, muchos, casi todos, aguardando reservados y concentrados;
nosotros,
pocos, ruidosos, animados, despreocupados,
totalmente indiferentes a lo que allí
fuera a pasar, al saldo de la contienda.
Porque la eternidad nostra empezaba donde terminaba la de otros:
era pactar sempiternamente una asistencia
plena al próximo entrenamiento,
sellar lo acordado compartiendo,
con propios y extraños,
la ambrosía que para nuestro paladar era
esa sangría
confeccionada, macerada,
en aquel cubo curtido
que representaba nuestro patrimonio más
preciado
Tantos vasos como errores habíamos
apalabrado pulir antes de la siguiente cruzada
hacia el Central.
Ahora frustra
recordar tiempos bravos y gloriosos;
contemplar la piel que vestíamos en común
hecha un ovillo blanquiazul,
relegada a trapo. No se merece retiro tan
triste.
Porque nuestros hechuras permanecerán
peritadas en cada rincón del campo,
en cada
ratonera,
en cada
portal,
en esa
papelera volviendo de casa,
del Ocean.
Porque pudimos
optar por el fútbol,
ese vil opio.
Conformarnos con encontrarnos
semanalmente, con estirar las
piernas
con unos fútiles créditos,
pero decidimos cambiar las comodidades de
las instalaciones que ofrecía Paraninfo
por el acogedor lodazal de Cantarranas.
Porque fuimos diestros en dilapidar todo el trabajo, el esfuerzo
con nuestra abulia,
pero sin limitarnos a interpretar una
fingida fraternidad en el campo.
Porque supimos estar a la altura y
aguantarle el tipo a la vida,
guardándonos de no dejar en la soledad a
ningún hermano kosako.
Sí, el rugby nos merma el cuerpo, sacudiéndonos secamente los huesos,
contusionándonos las carnes;
como la más ingrata y salvaje de las
mujeres.
Pero mientras que abstenernos de éstas
sólo nos procura numerosas noches ebrios,
privarnos del rugby nos desgasta el
espíritu,
nos hace más insufrible este lapso vivido
en sociedad.
Porque hay dos tipos de hombres:
los que deciden buscarle el sentido a la
vida a través de esa obcecación
quimérica
por controlar una almendra rematada en
piel sintética
y los que como un atrezzo más la ven
pasar, lacónicamente.
restan golpes de castigos por jugar;
aguardan ensayos que marcar, que celebrar,
aguardan ensayos que marcar, que celebrar,
ya vencedores.
Aún nos debemos incontables fases atrincherados en la línea de ensayo,
precipitados, apasionados;
Aún nos debemos incontables fases atrincherados en la línea de ensayo,
precipitados, apasionados;
melés que
bregar con unos, nuevamente,
renovados
tiempos,
‘Queridas
Enriquetas’ por corear a voz en grito, juntos, eternos.
Telmo Avalle
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