martes, 8 de octubre de 2013

Eternos



Ya no pisaremos el campo con la osadía y arrogancia que nos era propia.
Ya no creeremos ser merecedores de un rédito
que nos pertenecía, por casta y linaje,
al defender, eternamente, un campo
que por extensión se tornaba oriundo, patrio.

Ya no abrazaremos nuestros hombros,
hermano,
en esa oda despreocupada,
resuelta y burlesca
que dedicamos a la moneda de latón que es la derrota y la victoria.
Ya no, ya no
camuflaremos nuestros golpes y heridas, ni nos calzaremos
entre risas las botas melladas
para endurecer al segundo siguiente el semblante
ante la arenga de ese barbudo cabezota que aceptamos
y queríamos
capitán. 

Ya no llegaremos con media hora de cortesía a la concentración;
ellos, muchos, casi todos, aguardando reservados y concentrados;
nosotros,
pocos, ruidosos, animados, despreocupados,
totalmente indiferentes a lo que allí fuera a pasar, al saldo de la contienda.

Porque la eternidad nostra empezaba donde terminaba la de otros:
era pactar sempiternamente una asistencia plena al próximo entrenamiento,
sellar lo acordado compartiendo,                  
con propios y extraños,
la ambrosía que para nuestro paladar era esa sangría
confeccionada, macerada,
en aquel cubo curtido
que representaba nuestro patrimonio más preciado
Tantos vasos como errores habíamos apalabrado pulir antes de la siguiente cruzada
hacia el Central.

Ahora frustra recordar tiempos bravos y gloriosos;
contemplar la piel que vestíamos en común
hecha un ovillo blanquiazul,
relegada a trapo. No se merece retiro tan triste.

Porque nuestros hechuras permanecerán peritadas en cada rincón del campo,
en cada ratonera,
en cada portal,
en esa papelera volviendo de casa,
del Ocean.
Porque pudimos optar por el fútbol,
ese vil opio.
Conformarnos con encontrarnos semanalmente, con estirar las piernas    
con unos fútiles créditos,
pero decidimos cambiar las comodidades de las instalaciones que ofrecía Paraninfo
por el acogedor lodazal de Cantarranas.

Porque fuimos diestros en dilapidar todo el trabajo, el esfuerzo
con nuestra abulia,
pero sin limitarnos a interpretar una fingida fraternidad en el campo.
Porque supimos estar a la altura y aguantarle el tipo a la vida,
guardándonos de no dejar en la soledad a ningún hermano kosako.

Sí, el rugby nos merma el cuerpo, sacudiéndonos secamente los huesos,
contusionándonos las carnes;
como la más ingrata y salvaje de las mujeres.
Pero mientras que abstenernos de éstas sólo nos procura numerosas noches ebrios,
privarnos del rugby nos desgasta el espíritu,
nos hace más insufrible este lapso vivido en sociedad.

Porque hay dos tipos de hombres:
los que deciden buscarle el sentido a la vida a través de esa obcecación
quimérica
por controlar una almendra rematada en piel sintética
y los que como un atrezzo más la ven pasar, lacónicamente.

Aún quedan alineaciones por devanar, que encajar;
restan golpes de castigos por jugar; 
aguardan ensayos que marcar, que celebrar,   
ya vencedores. 
Aún nos debemos incontables fases atrincherados en la línea de ensayo, 
precipitados, apasionados; 
melés que bregar con unos, nuevamente,
renovados tiempos,

‘Queridas Enriquetas’ por corear a voz en grito, juntos, eternos.


Telmo Avalle

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